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martes, 28 de julio de 2009

Los catalanes son separatistas por un cabreo

Felipe V


Pues sí señores: por un cabreo. El separatismo catalán tiene sus raíces en un monumental cabreo que se remonta a los albores del siglo XVIII cuando, en la Guerra de Sucesión española, esta región optó por ponerse del lado del futuro perdedor, el archiduque Carlos de Habsburgo, frente a otras regiones que optaron por el jovencísimo Felipe V, al que le tocó el derecho a la sucesión del trono español por pura carambola.

Con Felipe V se inauguraría la nefastísima dinastía borbónica en nuestro país que, tras siglos de arduo trabajo (mejor dicho, de arduo no-trabajo) ha logrado meter a nuestra nación en el pozo de las miserias, convirtiéndola en La Octava Impotencia Mundial.

Una dinastía que había tenido su origen en un chaquetero, Enrique IV de Francia, quien, siendo protestante, con tal de acceder al trono francés, no puso ningún obstáculo en renunciar a sus principios más íntimos y convertirse al catolicismo: "París bien vale una misa" ("Paris vaut bien une messe"), dijo, se cambió de creencias ipso facto, como quien se cambia de calcetines, y se quedó tan pancho.

Tenían cierta razón los catalanes en apoyar al Austria, pues éste les había prometido que conservarían los derechos forales que habían logrado preservar hasta el momento, frente a otras regiones, mucho más entreguistas y lacayistas, que los habían cedido casi sin decir ni mu.

Cuando ganó la susodicha guerra (la única que han ganado estos Borbones), sin ningún empacho, les arrebató sus derechos forales a los catalanes y, de ahí, la inquina que nos tienen al resto de los sumisos españoles.

Si el archiduque Carlos hubiese ganado la guerra en cuestión, ese odio catalán hacia España quizás no existiera y todos viviríamos en una especie de confederación, que era lo que más o menos había sido España en esos siglos hasta que llegó el chulipandi gabacho.

Aparte de dejarnos per saecula saeculorum una dinastía conocida por sus continuos fracasos en todos los aspectos, a años luz de las gloriosas dinastía Trastámara y, posteriormente, Austria, nos legó el eterno embolado de Gibraltar -por el que los españoles recordaremos la inutilidad borbónica hasta el Final de los Tiempos- y la pérdida de todas las posesiones europeas.

Desde entonces, todo ha sido un caer cuesta abajo: derrotas por doquier, pérdida del imperio colonial, enmudecimiento de la voz de España en el mundo, odio desintegrador entre españoles (País vasco y Cataluña)...

Y a pesar de que, por dos veces, los españoles expulsamos a esa desatrosa dinastía (Isabel II, Alfonso XIII), la susodicha vuelve siempre, erre que erre, como el turrón El Almendro por Navidad.

En fin, tenemos lo que nos merecemos.




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