Como se sabe, tras la invasión de España por parte de nuestros actuales socios, los gabachos, los ingleses se ofrecieron a ayudar a España, aunque no inmediatamente, eso sí, sino una vez que las partidas de rudos guerrilleros hispanos les habían allanado algo el camino ante los afeminados mariconcetes del Norte.
Pero claro, esos hijos de la Isla del Ángel (Caído) no nos iban a ayudar así como así. Decidieron que era un buen momento para destruir la incipiente industria que la delustrada ilustración borbónica nos había dejado y, cómo no, no tuvieron reparo en arrasar la Real Fábrica de Porcelanas, sita en aquellos tiempos en en el Parque del Buen Retiro madrileño y sita actualmente en la galería de los recuerdos. La excusa fue que los franceses tenían situados algunos destacamentos en el Parque del Retiro (cosa cierta), pero, aprovechando la situación, alguna que otra bala de cañón se desvió de sus naturalles objetivos y fue a parar a la susodicha fábrica. ¡Oh, qué penita! ¡Ya ninguna de las reinas consortes de los distintos reyezuelos que nos han gobernado podrían añadir nuevas piezas a la estancia de las porcelanas del Palacio de Aranjuez! ¡Gua, gua!
Lo peor de todo es que España había ido constituyendo una muy apreciable industria en torno a la porcelona de calidad, después de que unos cuantos enviados por el Gobierno de España a China aprendiesen algunas de las técnicas milenarias (peldón, milenalias) chinescas de elaboración de esas delicadas mariconadas, tan apreciadas por las viejas inglesas para tomar el té.
El caso es que los anglos tornaron la Real Fábrica de Porcelanas en algo bastante irreal.
Y eso no fue todo: a lo largo y ancho de toda España, fueron destruyendo sistemáticamente todas las industrias locales, con la excusa de que era la única forma de que los enemigos franceses no las aprovechasen para proveer a sus ejércitos.
Total, que gracias a los ingleses estamos sumidos en este atraso industrial endémico, y no sólo gracias a estos espantosos gobernantes que hemos tenido a lo largo de los siglos desde Felipe III y cuya capacidad intelectiva queda bien expresada en los cuadros que los distintos pintores de cámara tuvieron el valor de acometer a través de los tiempos.
Todo esto, junto con otras gilipolleces históricas de España de las que hablaremos otro día, muestran que nuestro país ha sido siempre considerado como el tonto del pueblo por sus crueles enemigovecinos: Francia nos chulea con invasiones, Inglaterra con destrucción de industria y apropiación de territorios (Gibraltar, Menorca), Marruecos se queda con el Sáhara, que no había sido suyo jamás, amenazando al indomable ejército español con una multitud de gente desarmada que esgrimía como terrible arma de destrución masiva un libro encuadernado en tapas de verdes en cartoné: el Corán.
Al tontolpueblo siempre ledanpalpelo sus crueles vecinos: le zurran, le chulean, se ríen de él, pero el pobre tontito, como su labor principal es la de cumplir con su estatus, con su deber congénito de Gilipollas Mayor del Mundo, sigue contento, feliz, autodiciéndose que es "la octava potencia del mundo" (será en imbecilidad) y, siglo tras siglo, intentando congraciarse sumisamente con aquellos vecinos crueles que le rodean.
Hoy en día, el tontolpueblo español es muy feliz cada vez que algún turista inglés o francés le arroja una propina cuando, en su papel de sumiso camarero les pregunta:
-"Ahora, ¿qué quieren tomar los señores?"
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