La soberbia siempre ha sido mala consejera. Y, además, inútil. Inútil pues, como un velo, nos impide ver nuestros propios errores, en los que nos perpetuaremos eternamente si no dejamos que el agua de la humildad nos lave alguna vez la ceguera.
El señor Rajoy nunca ha hecho gala de la eficiencia: si no, véase cómo ha perdido todas las elecciones a las que se ha presentado; si no, véase cómo está dirigiendo el Partido Popular, que, como una diligencia sin conductor, o con un conductor beodo, o con un conductor asaeteado por las flechas de los indios zapateristas, se dirige, indefectiblemente hacia el precipicio.
El señor Rajoy sólo ha hecho gala de su soberbia, de verse como el ser designado por el endiosado dedo de Aznar para dirigir los destinos del centro-derecha español.
Hablamos de la peor soberbia que hay: la insufrible soberbia de un soberbio inútil.
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