Acordémonos del fin del Imperio Romano. Un imperio tan bonito, tan primoroso y chulipandi, de repente invadido por unos fieros brutos del Norte, alias los bárbaros, que dejaron todo hecho unos zorros.
En España tuvimos por la época una invasión similar: los visigodos, que ya apuntaban maneras ultrarracistas al no permitir los matrimonios entre ellos -los guapos- y los hispanorromanos -los sucios y negruzcos del Sur-.
Siglos antes también los griegos habían sufrido las invasiones de los bestias de los dorios, armados con espadas de hierro y racistas a todo trapo y, cómo no, provinientes del Norte.
Volverían los bárbaros, siglos después, con un racismo ya subido de tono al mando de un charlotín llamado Hitler que intentaría hacer "comprender" a todo el mundo la superioridad de su raza.
Los suequitos, más norteños aún, no dudaron en realizar prácticas "eugenésicas" durante el siglo XX para impedir que nacieran seres infectos o retrasados: ¡ellos, que tan guapetes y limpitos son, cómo iban a consentir el mancillamiento de su raza!
Y no digamos nada de nuestros tiempos, con unos vascos y unos catalanes que se creen los reyes del mambo, de la "hermosura" y de la inteligencia, y que les debemos, por lo menos la vida, nosotros unos "maketos" y "charnegos" vomitivos.
Y en Italia... recordemos la Liga Norte, despreciando a esos vagos del Sur.
Incluso ha habido siempre un Norte dentro del Sur: recordemos a los norteños Alejandro Magno y, posteriormente, Roma, pisoteando Egipto. E incluso Egipto, limpiándose las sandalias sobre la sureña Nubia.
Pues sí señores: la mierda siempre viene del Norte.
Siempre cae de arriba.
¿Será por la ley de la gravedad?
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